Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En el artículo de hoy, como en anteriores ocasiones, continuaremos dando voz a una de las realidades más frecuentes de lo que imaginamos: la historia después del trauma.
Hasta el momento, se ha venido trabajando encarecidamente en estudiar las consecuencias que las vivencias a determinadas situaciones traumáticas pueden ocasionar en la mente humana. Por suerte, podemos encontrar numerosas investigaciones que nos indican los devastadores efectos que una exposición temprana (o no tan temprana) puede generar en el ser humano. Descubrir e incrementar el conocimiento en lo que respecta a este tema nos aporta un entendimiento magnífico que nos impulsa incesantemente a la mejora en el enfoque y tratamiento sobre esas “secuelas”, remando hacia un buen y mejor puerto. Pero hay un aspecto que suele quedar relegado en un segundo plano llegando, en ocasiones, a generar confusión en el concepto y entendimiento de lo relacionado con el trauma: nuestro presente y futuro. El ahora y el después. El quién soy y quién seré.
Que nuestra historia vital contribuye a la creación y desarrollo de la persona en la que nos vamos construyendo es una verdad innegable. Desde nuestra infancia hasta el día de hoy, las situaciones más y menos traumáticas, las figuras de apego y cuidadores de referencia, las condiciones vitales, las relaciones interpersonales y una inmensa cantidad de factores más, va moldeando la forma en la que vamos aprendiendo a relacionarnos con los demás y con el mundo, pero también con nosotros mismos. El entorno nos moldea. La forma en la que vamos viviendo cada una de las experiencias vitales que nos encontramos por el camino y el modo en el que procesamos ese aprendizaje va dando explicación a la persona que somos hoy. Pero esto no determina la persona que seremos mañana.
El neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik ha dedicado gran parte de su vida a explicar cómo las personas pueden recomponerse de una historia vital traumática demostrándolo con su propia vida. Con tan sólo 6 años, cuatro oficiales nazis armados rodearon su cama y lo detuvieron hasta llevarlo a un campo de concentración. Esa fue la última noche que vio a sus padres. Cyrulnik se escapó del campo de concentración convirtiéndose en un niño huérfano que pasó por diversas familias y centros de acogida. Tras la guerra, lo tomaron como un caso perdido, pero él se opuso a esa profecía convirtiéndose en una figura referente de la ciencia, considerado como uno de los padres de la resiliencia (término del que ya se ha dado voz en anteriores artículos).
Existen cantidad de historias vitales dolorosas, tremendamente dolorosas. Historias vitales en las que se esconden situaciones traumáticas vividas como cargas pesadas que no podrán ser cambiadas o eliminadas, y realmente esto no es lo que mantiene el sufrimiento psicológico en el tiempo. Lo que sí que se puede cambiar y moldear son las huellas del trauma en la mente, el alma y el cuerpo, las verdaderas causantes del sufrimiento. Consiguiendo que esa carga deje de ser pesada e incluso nos permita impulsarnos hacia el futuro con más integridad, transformándonos en una versión mejorada de nosotros mismos. Dejando de lado la concepción de entender nuestro pasado como una sentencia vital que empaña nuestro presente y nuestro futuro y comenzando a ver el futuro como lo que es, un lienzo en constante desarrollo, modificación y mejora. Sin la necesidad de dibujarnos el futuro negro con “más de lo mismo”, en el que nos condenamos a renunciar a todo aquello que queremos, anhelamos, nos hace bien y nos importa, a todo el potencial que hay dentro de nosotros. Teniendo unos objetivos, una dirección y un poder de decisión en el camino en el que nos iremos construyendo según lo que nos vayamos encontrando.
Pero para plantearnos el futuro así hemos de “resolver” el pasado, renunciando a algunas herencias que ya no nos interese conservar y quedándonos con los aprendizajes sanos y nutritivos. Hemos de realizar un trabajo interno dedicado a ello con ayuda, normalmente, de un profesional. Integrando nuestro pasado y nuestro presente, asumiendo todo lo que somos (y lo que fuimos) y siendo conscientes de todo lo que podremos ser, con multitud de posibilidades abiertas.
La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia delante. Soren Kierkegaard.
Beatriz Gonzalvo Iranzo, psicóloga de PSICARA
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