Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. El artículo de esta semana pretende poner sobre la mesa un tema que afecta a muchas personas, de diferentes generaciones, y que daña la percepción que tenemos de nosotros mismos: hablamos de la comparación con los demás.
En nuestro entorno podemos observar cómo las personas destinan parte de sus fantasías y anhelos a “ser” como otra persona. No habría nada de negativo en esto, siempre que fuese en pequeñas dosis. Todos hemos tenido un ídolo o referente en algún momento. Pero no deberíamos confundir admiración con comparación. En la comparación establecemos una medición entre el otro y nosotros mismos, donde es posible que uno de los dos se sitúe en una posición de inferioridad con respecto al otro. Lo llamativo de esto es que muchas veces, hasta aquellos que son envidiados, también querrían “ser” como otros. Y así sucesivamente. El círculo vicioso que se forma de esta tendencia es preocupante y puede llevarnos a sentimientos de insuficiencia e insatisfacción muy altos.
A nivel evolutivo, se especula que la comparación social puede tener algunos beneficios, como por ejemplo, saber cuánto de integrados nos percibimos en un grupo. Aún así, la forma desmesurada en la que tendemos a compararnos en la actualidad queda lejos de una finalidad adaptativa y se enfoca, generalmente, en sobrevalorar lo que vemos en los demás, en detrimento de lo nuestro.
Una persona que interpreta la realidad que le rodea a través de un marco en el que él o ella siempre queda atrás, en un segundo plano, porque los demás son, tienen o hacen las cosas mejor, difícilmente va a poder desarrollar un autoconcepto, y por ende, una autoestima, fuerte y sólida. Aunque la comparación puede aparecer de manera natural en nuestro pensamiento, no debemos olvidar que es un juicio. Se basa en lo que está “bien” o “mal”, lo que es “suficiente” o “insuficiente”, lo que es “mejor” o “peor”, llevándonos a entender el mundo en términos opuestos y absolutistas (blanco o negro).
Las redes sociales no son un buen aliado, pues lo que hacen es mostrar el escaparate que cada persona decide enseñar de su vida. Vemos vacaciones de ensueño, gente rodeada de amistades, bienes materiales, familias idílicas, personas con un determinado aspecto físico… Esto puede dar pie a la comparación injusta, aquella que ni siquiera es realista, puesto que está sesgada con lo que cada uno decide que se vea de sí mismo. Y, mayoritariamente, la parte que dejamos ver es esa que está cuidadosamente seleccionada y embellecida. Esto es especialmente perjudicial para adolescentes y jóvenes, quienes se encuentran en la formación y consolidación de su identidad y pueden sufrir el impacto psicológico de estos escaparates que nos empeñamos en seguir vendiendo.
Hasta ahora hemos hablado de la parte que se queda “atrás” en una comparación. Pero, si mi posición fuese la que queda “por encima”, ¿sería más feliz? Cualquiera de las posiciones que adoptemos en una comparativa produce un distanciamiento del otro y nos puede conducir al sufrimiento. Sea cual sea el rol que adopte, esto me hace perder mi autenticidad, porque me condiciona a la hora de mostrarme de una u otra manera. Por ejemplo, algo cotidiano sobre la comparación: “Mis vacaciones han sido en Bali y sé que mi amiga Rosa solo ha podido quedarse en el pueblo de sus abuelos. No voy a alardear mucho para que no se ofenda y piense que soy prepotente”. ¿Quién establece que unas vacaciones en Bali son mejores que estar en el pueblo para Rosa? ¿Acaso no sería como comparar una mesa y una silla, que aportan funciones distintas? No debemos olvidar que somos diversos, nuestro criterio personal y nuestros valores no son los mismos. Diferentes experiencias conducen a diferentes aportaciones en diferentes personas.
Desde el libro de “Aceptación psicológica: qué es y por qué se fomenta en terapia” (Valdivia-Salas y Páez, 2019), se expone que lo que sentimos se transforma en función de con qué lo comparamos. En cambio, si saliésemos del marco a través del que comparamos, podríamos sentir y disfrutar de lo que tenemos en cada momento por lo que ES eso que tenemos en cada momento.
Dado que la comparación es una tendencia natural, el objetivo no es hacer que desaparezca por completo, sino aprender a gestionarla para que su impacto negativo sea el mínimo posible. Para combatir, aunque a pequeña escala, este fenómeno, todos tenemos una responsabilidad individual. Darnos cuenta de cuándo nos estamos comparando y cuestionar la validez de ese acto puede ayudarnos a que no siga aumentando. Por otro lado, a la hora de replantearnos el uso que hacemos de nuestros perfiles en redes sociales, sería importante que nos preguntásemos si queremos seguir participando en la construcción de una realidad distorsionada que pueda incitar a expectativas irreales y comparaciones injustas. También la práctica de la gratitud puede favorecer que nuestro foco se sitúe en lo que sí hay, en lo que sí tenemos y en lo que sí somos. Todos nosotros imperfectos pero únicos.
Berta Maté Calvo, psicóloga de PSICARA
Referencias bibliográficas:
Valdivia-Salas, S., Páez, M. (2019). Aceptación psicológica: qué es y porqué se fomenta en terapia. Pirámide.
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