Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En esta ocasión hablaremos sobre el potencial efecto Pigmalión, ¿lo conoces?
El efecto Pigmalión habla de cómo las creencias que una persona tiene sobre otra pueden influir en el rendimiento de esta última. El hallazgo surgió de un experimento llevado a cabo por Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, quienes modificaron los resultados de unos test de inteligencia de un grupo aleatorio de alumnos, en los que exponían a los profesores del centro que estos estaban llamativamente por encima de la media. Las expectativas generadas en los docentes respecto a estos alumnos tuvieron como consecuencia un trato diferente hacia los mismos, pues esperaban mucho más de ellos que del resto: se originó un clima emocional más cercano, se les enseñó más materia, se les preguntaba más y se les elogiaba con mayor frecuencia. Como resultado, al final del curso académico, estos alumnos obtuvieron unas mejoras considerables en las mediciones de los test administrados.
Haciendo extensible este hallazgo a la vida cotidiana, vemos que, tanto fuera del aula como a diferentes edades, funcionamos de una manera muy similar. Pongamos un ejemplo; mi círculo de amigos tiene sobre mí la expectativa de que soy torpe y esto les lleva a avisarme del peligro de caerme ante una baldosa mal colocada. El aviso de mis amigos activa en mí la creencia de que soy torpe y por ello actuaré con más cautela ante cualquier posible tropiezo. Así pues, la creencia inicial que tenían sobre mi torpeza se verá reforzada.
Este fue un gran descubrimiento ya que pone en valor la gran capacidad que tenemos las personas de impactar sobre las creencias de otras, pudiéndolas animar a ser mejores y seguir luchando por sus metas, como en el caso de los alumnos que consiguieron un mayor rendimiento. Pero, ¿qué sucede cuando los comentarios que recibimos hacen referencia a los aspectos negativos y no a las fortalezas que poseemos?
Veamos otro ejemplo. ¿Y si cuando me fijo en mi hermano solo veo las cosas que le salen mal?, que ha roto tres vasos en una semana, que ha atascado la aspiradora y que ha limpiado el baño tan solo con lejía y, por ello, no se puede ni entrar del tóxico olor que ha dejado. Si me quedo en esos detalles, seguramente le acabe diciendo algo como “eres inútil”, “no sabes hacer nada bien”. Mi hermano, con mucha probabilidad, acabará incorporando esta creencia a su repertorio de convicciones sobre “quién soy” y se comportará en función de un límite que seguramente no existiría si no le hubiera llamado inútil y, en vez de eso, le hubiera dicho: “esta vez no te ha salido del todo bien, pero aprendiendo de estos errores podrás hacerlo mejor la próxima vez. ¡Me alegra ver que ayudas en casa!”.
Al final, con acciones o verbalizaciones negativas como la planteada, lo que logramos es socavar la motivación e iniciativa de las personas. Por lo que es importante darle un giro a nuestra percepción de las cosas y mostrar interés sincero por aquello que sí ha hecho bien alguien al que pretendemos motivar y ayudar a mejorar. Con esto tal vez te preguntes, ¿cómo puedo mostrar interés sincero? Pues para ello no sería tan válido hablar en términos generales con expresiones como “tú eres la mejor, y por eso lo conseguirás”, sino utilizar características o hechos más concretos que le lleven a pensar, de verdad, que puede conseguirlo: “la gran mayoría de las veces que te propones algo lo acabas logrando, como cuando conseguiste construir aquella maqueta tan bonita del barco. Por eso estoy segura de que al final harás a la perfección las tareas de la casa”. Esto aumentará la credibilidad y, con ello, la eficacia de tu intento por ser un Pigmalión para esa persona.
Es cierto, todo esto está muy bien cuando cuentas con alguien que se proponga sacar lo mejor de ti, pero ¿puedes ser tú tu propio Pigmalión? La respuesta es sí, y como bien explica la psicóloga Patricia Ramírez, para ello debes 1) establecer cuál es tu reto, el cual tiene que depender de ti y no de un agente externo, 2) reflexionar sobre qué parte de mi tiene la capacidad necesaria para conseguirlo, “antes ya he podido alcanzar esta otra meta”, 3) buscar pruebas de ello, y 4) actuar.
Puede darse el caso de que, a pesar de la confianza que hemos depositado en nosotros mismos, no consigamos a la primera nuestro objetivo y, ante esto, ¿debemos rendirnos? Para nada, lo que se debería hacer es analizar qué es lo que ha pasado, qué ha fallado, ¿he sido yo la que se ha equivocado? Si es así, en nuestro siguiente intento corregiremos nuestro error. Si en cambio creemos que no ha sido fallo nuestro, nos volveremos a centrar en nuestras fortalezas, en todo aquello que nos hace creer que podemos conseguirlo y, también, en lo que sí creemos que hemos hecho bien en ese primer intento, aunque no hubiéramos conseguido la meta final que teníamos en mente.
A modo de reflexión, como dijo Henry Ford, “tanto si crees que puedes, como si no puedes, tienes razón”. Si te condicionas para que las cosas salgan mal posiblemente así sea pero si, por el contrario, crees que puedes tener la capacidad de hacerlo, con mucha mayor probabilidad te acabes comiendo el mundo.
Carla Barros Sánchez
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