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EL ARTE DE AMAR

Foto del escritor: PSICARAPSICARA

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta vez daremos voz a varios de los elementos de los que se compone el apego, con la intención de acercarnos hacia la construcción de relaciones de calidad.


Está claro que las relaciones interpersonales son un tema del que podríamos hablar durante horas, un asunto cuanto menos complejo. Pero el hecho de que estén compuestas por múltiples factores y a veces surjan dificultades no justifica que nos demos por perdidos y lo hagamos “de cualquier manera”. De hecho, si ponemos de nuestra parte informándonos de unos básicos con el trabajo posterior de integrarlo en nuestra vida, podemos conseguir grandes avances en la construcción de relaciones de calidad, incluyendo, por descontado, el bienestar psicológico que esto provoca en nosotros mismos.


Seguramente, si te pregunto por aquellas situaciones en las que te hayas sentido incomprendido, con una respuesta que no esperabas o, mejor dicho, una respuesta que no era la que necesitabas, te vengan fácilmente distintas escenas a la mente. No es difícil encontrarnos en nuestro día a día con personas que (sin buscar dañar, más bien con su buena intención de ayudar) nos dan respuestas como: “estás exagerando la situación”, “no tienes motivos para ponerte así”, “deberías aprender a ser de otra manera”, “tienes que ser más optimista”, “tampoco es para tanto”, “no tienes que darle tanta importancia”, “tú lo que tienes que hacer es…”, y un largo etcétera que podríamos mencionar. ¿Nos ayudan estas palabras realmente? Si no es así, ¿cuál es el factor común de todas ellas? Un fenómeno latente en más ocasiones de las que imaginamos: la invalidación emocional.


Desde la teoría del apego, desarrollada en sus orígenes por John Bowlby, sabemos que los seres humanos tienen una necesidad fundamental de sentirse seguros y protegidos en sus relaciones más cercanas. La construcción de la relación y el desarrollo del sistema de apego en el ser humano parece algo tan complejo como la esencia de nuestra biología. Como mencionaba al inicio, somos seres evolucionados con capacidades (y necesidades) mentales muy complejas, y el apego acompaña este desarrollo cerebral.


Uno de los elementos clave para el desarrollo del apego es la mentalización, entendiéndolo como la capacidad de significar la experiencia de uno mismo pero también la de los otros. Es decir, ser capaces de saber que el otro existe, tiene sus propios estados internos (seguramente diferentes a los tuyos) y, en definitiva, su propia mente. Se deriva de la capacidad de ponerse en el lugar (y la mente) del otro, permitiéndonos diferenciar los sentimientos sobre la realidad de la realidad misma, favoreciendo la capacidad de responder y cuidar en una relación segura próxima. Es el apego entre dos personas el que impulsa a realizar esfuerzos por comprender lo que está sucediendo en la mente del otro ser vivo.


Si nos trasladamos a nuestros primeros años de vida, seguramente, podamos entender estos conceptos con mayor facilidad e incluso verlos como evidentes. Gracias al sistema de apego y sus correspondientes complementos de cuidado desarrollados por parte de los cuidadores, el hijo es capaz de sentirse visto y atendido. Uno de los constructos clave para comprender cómo se desarrolla el apego en la relación madre-padre-hijo es la sensibilidad parental. Se trata de la capacidad de las figuras de apego para detectar las señales de sus hijos y responder de una manera rápida y efectiva a las mismas, esa capacidad especial que tienen los progenitores de hilar fino ante las necesidades de sus hijos. En definitiva, la sensibilidad específica hacia los estados mentales del hijo y la atención consiguiente. Sabemos que cuanto mejor sensibilidad parental exista mayor seguridad habrá en el apego.


Pero, ¿qué pasa cuando nos trasladamos a las relaciones en la adultez? Aquí ya no damos tan por sentado la necesidad de mantener o trabajar estos aspectos. Nos olvidamos de que, aunque nuestros sistemas internos maduren y ahora podamos gestionarlos de una forma más autónoma, las necesidades internas son las mismas. Seguimos siendo seres sintientes, sociales, interdependientes y necesitados de vínculos relacionales basados en un apego seguro.


Uno de los medios a través de los cuales podemos reforzar nuestra capacidad de mentalización y sensibilidad interpersonal es la validación emocional, un componente esencial en las relaciones interpersonales que permite a las personas sentirse vistas, escuchadas y comprendidas. Cuando sentimos que nuestras emociones son reconocidas y aceptadas, se refuerza, entre otros, nuestra seguridad emocional y autoestima, lo que facilita la construcción de relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo. La validación emocional refuerza la percepción de que somos dignos de amor y aceptación. Es fundamental realizar pequeños pasos que nos permitan dar un salto de las expresiones invalidantes, que mencionaba al inicio, hacia la validación emocional. Podemos empezar por cambios que incluyan:

- Escuchar sin juzgar: permitir que la otra persona exprese sus emociones sin interrumpir ni tratar de corregir lo que siente.

- Mostrar empatía: pueden ayudarnos expresiones como “entiendo que esto es difícil para ti” o “tiene sentido que te sientas así”.

- Evitar la minimización: palabras como “no es para tanto”, “estás exagerando” o “no deberías sentirte así” invalidan las emociones de la otra persona y generan distancia en la relación.

- Validar incluso sin estar de acuerdo: no es necesario compartir la misma perspectiva para reconocer que la otra persona tiene derecho a sentir lo que siente.


Cuando integramos estos aspectos en nuestras relaciones, fomentamos un ambiente de seguridad y confianza en el que ambas partes pueden expresarse libremente sin temor a ser juzgadas. Esto no solo fortalece los lazos afectivos, sino que también contribuye al bienestar psicológico de las personas involucradas. Amar bien significa reconocer y respetar las emociones del otro, ofreciendo un espacio donde la conexión emocional pueda florecer genuinamente.


Somos seres humanos, con su correspondiente necesidad de amar y sentirnos amados. Pero esto no se hace de cualquier manera, necesitamos aprender a amar y cuidar, poder responder con sensibilidad y comprensión. Nos pasamos décadas de nuestra vida aprendiendo disciplinas realmente complicadas, no es tan difícil dedicar unos minutos a incorporar pequeños cambios en nuestra forma de relacionarnos con los demás para hacer el mundo, y las relaciones, más valiosas.


Como dijo Carl Rogers: "Lo curioso es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar". Validar a los demás comienza con la capacidad de aceptarnos a nosotros mismos y extender esa misma aceptación a quienes nos rodean.


Beatriz Gonzalvo Iranzo, psicóloga de PSICARA


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